Isidro nunca estuvo en los brazos de su madre, no pudo recibir un regalo cómplice de sus abuelos, no se pudo embarrar y no conoció a todos los que lo amaron sin siquiera verlo. Esta es la historia de una tragedia familiar que se transformó en una extraña metáfora de la sociedad argentina, una sociedad donde los que delinquen no son los pobres, esta sociedad donde ya quedan pocos valores y en donde el periodismo esta más pendiente de Ricardo Fort que de un investigador del CONICET. En estas horas no faltaran los que pidan mano dura o pena de muerte, alguno que decía tener un plan se mostrara consternado y hará responsable al gobierno como causa de todos los males, olvidando que la democracia, la republica y las instituciones se defienden cumpliendo la ley o si se es legislador legislando no recorriendo programas de televisión atacando o defendiendo un gobierno. Lo peor de esta realidad es que en un tiempo nadie se acordara de Isidro salvo sus familiares que no tendrán ni siquiera una foto para recordarlo, que todo seguirá igual y muchos argentinos seguirán pensando que se es exitoso porque se sale en los medios o considerando que el dinero es una virtud y no una contingencia. Muchos son responsables de la muerte de Isidro, lo son los políticos más preocupados por su imagen que por discutir un modelo de país, lo son las fuerzas de seguridad, en muchos casos, cómplices por acción u omisión del crecimiento del delito, lo son los periodistas que no denuncian, lo son los fiscales que no investigan y lo son todos los ciudadanos que miran para el costado mientras no les pasa por al lado. Todos los días hay un Isidro, uno que muere de hambre o de frió, o que no tiene su calendario de vacunas o que trágicamente es infectado por una enfermedad de la pobreza. Pero estos Isidros son anónimos, no tienen publicidad y nadie siente pena por ellos, porque además de todo, son pobres.