Lo primero que se me viene a la cabeza cuando veo el calendario es que la pandemia ya tiene su propio pasado. Han pasado tantas cosas en estos 100 días que si pensamos en marzo, cuando comenzó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, parece que fuera otra realidad. El cierre de las escuelas, el aplauso de cada noche a los médicos y las imágenes devastadoras de Italia y España quedaron muy atrás y sin embargo son parte de este proceso inédito.
Hay un hilo conductor que nos atraviesa desde el comienzo, cuando surgieron las primeras recomendaciones para que los adultos mayores no salgan de sus hogares, hasta el día de hoy, que pasamos la barrera de los 50.000 contagiados y los 1.000 fallecidos. Me refiero a la incertidumbre. Tanto la que viene asociada a esta variante nueva de la familia de los coronavirus, como la que propagó un Gobierno que fue diluyendo la confianza inicial que la sociedad le había depositado, por errores autogenerados y víctima de su propia desorientación.
Los desempleados, trabajadores informales, emprendedores, docentes, estudiantes, y en realidad, cada familia del país, hace tiempo están navegando en un mar incierto que fuerza a pensar en el corto plazo y a acomodarse sobre la marcha.
El aislamiento que todavía rige en la Ciudad de Buenos Aires, el Conurbano y Chaco, y la etapa de distanciamiento social en la que se encuentra el 85% del país, ha funcionado en muchos sentidos más como una postergación de los problemas que como una resolución de los mismos. Quedarnos en nuestros hogares permitió mejorar la respuesta hospitalaria y aplanar la famosa curva de contagios, pero la estrategia de testear, rastrear y aislar empezó tarde y nunca alcanzó las dimensiones necesarias.
La tasa de positividad (casos confirmados respecto a los tests realizados) debería ubicarse en torno al 10% según las recomendaciones de la OMS. Hoy en Argentina araña al 30%, es decir que no estamos encontrando apropiadamente a las personas infectadas. En otras palabras: estamos haciendo un esfuerzo personal, colectivo y productivo enorme que hasta ahora no ha dado sus frutos.
La pandemia trajo consigo dificultades nuevas, pero también corrió el velo y dejó al descubierto falencias crónicas de la Argentina. Desde un federalismo tortuoso e impracticable hasta la violencia doméstica contra las mujeres y los excesos de las fuerzas de seguridad, pasando por una economía deprimida y la ausencia de políticas que promuevan una ocupación inteligente del territorio. Las deudas que nuestra democracia todavía no salda, expuestas como nunca antes.
Que la nueva etapa de la cuarentena en el AMBA sea exitosa depende, más que nunca, de que la sociedad respete rigurosamente las medidas y de que los gobiernos de Nación, Ciudad y Provincia acuerden la planificación e implementación de un sistema masivo de búsqueda de contactos de las personas infectadas. El esfuerzo más grande llega cuando el hartazgo social se propaga tan rápido como el propio virus.
Esta cuarentena, una de las más largas del mundo, está dejando huella también en otros aspectos. El Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA publicó que el 60% de los argentinos cree que su salud mental empeoró desde que comenzaron las restricciones. Trastornos como ansiedad, depresión e irritabilidad infantil están a la orden del día y merecen una atención focalizada de las autoridades. La nueva normalidad no se construirá únicamente a partir de una economía en números rojos, sino también –y principalmente– con el aporte personas afectadas por el encierro, el miedo constante y la incertidumbre laboral.
Es un cuento eso de que las crisis traen bajo el brazo las oportunidades. No hay un proceso automático que convierta situaciones desesperantes en proyectos salvadores. Que salgamos de este pozo con mejores perspectivas depende de la voluntad política de pensar en un país más justo, moderno y sustentable que el actual. ¿O también vamos a poner en cuarentena las discusiones que nos debemos sobre el modelo productivo y la reforma de los sistemas de educación y salud? ¿Y nuestra vinculación con el mundo en un escenario tan distinto al que era seis meses atrás?
Acá hay un partido y una coalición política totalmente comprometidos con la contención de la pandemia y sus efectos nocivos sobre la salud y el trabajo de cada persona. Pero también con la economía y la salud institucional del país. Porque somos responsables y estamos convencidos de la visión de una Argentina próspera que nos une, no vamos a dejar que desde el Gobierno impongan modos autoritarios en este contexto de angustia e incertidumbre.
Quiero terminar saludando con mucho afecto y respeto a quienes han perdido familiares y seres queridos en estos meses, a quienes ya no tienen un trabajo al que volver y a todos los que ya no saben qué hacer para mantener un emprendimiento o un negocio a flote. Son la fuente de inspiración más importante para seguir trabajando por un país en el que progresar no sea un privilegio de unos pocos sino una posibilidad para todos.