Quienes forman parte de la organización interna de un municipio están atravesando una etapa sin precedentes. Algunos pueden haber vivido sucesos de depresión económica o fenómenos naturales adversos, pero nunca una conjunción de shock de demanda y oferta en el mercado, y una caída abrupta de coparticipación y recaudación. Los requerimientos sociales aumentan, el sistema de salud toma una relevancia especial, las PYMES y comercios que regularmente contribuyen piden auxilio y la prestación de los servicios públicos toma un nuevo sentido.
En general, las organizaciones entre sus principales objetivos buscan la rentabilidad y si ésta no se logra terminan quebrando; a diferencia se puede decir que el Estado no quiebra, concepción que influye en ocasiones para que los funcionarios malgasten fondos públicos. Pero si no administran de manera eficiente los recursos y no llevan adelante una buena gestión, las que van quebrando son las comunidades que gobiernan.
Cada intendente estará pendiente del salvataje proveniente de los gobiernos centrales. No existe la posibilidad de emitir una moneda local y ni siquiera todos tienen la suficiente autonomía, respaldo y organización para generar bonos. En gran medida quedarán sujetos a los recursos económicos extraordinarios que la Nación o la Provincia les envíe. ¿Pero esto, más las múltiples decisiones diarias que deben tomar para evitar contagios y asegurar las necesidades básicas de los hogares, es lo único que pueden hacer? Mi respuesta es NO.
Que las crisis traen oportunidades por trillado que suene no deja de ser real. El Estado debe fortalecer su relevancia como organizador de la sociedad para no permitir que se pierda el sentido del bien común. Los municipios argentinos en términos generales están atravesados por una estructura de personal, procedimientos y tecnología deficientes. La organización pública ha menospreciado la meritocracia, la información y por lo tanto los datos que cuenta una gestión local para tomar decisiones son insuficientes y poco considerados, la disposición de la tecnología escasa, y los procedimientos excesivamente burocráticos.
Nunca estuvo tan a la mano de quienes gobiernan la posibilidad de disponer de información precisa de la sociedad que conducen; nunca estuvo tan desnuda y pasiva la comunidad para implementar una metodología de relevamiento de información efectiva; y nunca estuvo la estructura interna del municipio tan preocupada, expectante y movida como ahora. Estas condiciones deben aprovecharse para realizar un rediseño general de la organización, redefinir objetivos (generales y por áreas), repensar las políticas públicas, revisar los programas de acción y modificar el presupuesto municipal. Todo sin dejar de exigir a los responsables primarios una actitud proactiva y un cambio de mirada que en la mayoría de los casos está trabada bajo viejos preceptos y la falta de análisis y proyección de un futuro inmediato mucho más complejo del que imaginan.
Mientras se gestione la crisis del Covid-19, no esté disponible la vacuna y las condiciones económico-sociales se profundicen, el empleo público -que será uno de los menos afectados- puede aprovechar para reinventarse y ser solidario. Y la política es la que más tiene que mostrar y de una vez por todas debe quedar en manos de quienes la ejercen con capacidad, sensibilidad social, transparencia y entrega.
El funcionario público, más allá del esfuerzo diferencial que hoy realiza en pos de satisfacer demandas esenciales de la sociedad, tiene la oportunidad de disponer parte de su tiempo para idear una gestión mucho más eficiente, eficaz, innovadora y transformadora. Es una gran oportunidad que si no la aprovecha lo dejará parado en el fracaso. La sociedad en un tiempo volverá a la normalidad, pero la introspección por la que ha pasado cada ciudadano influirá en que vuelva cambiada. La virtud de un líder es ver más allá de ese cambio, adelantarse y ganarle espacio a un futuro que ya necesita de respuestas y valores.