La memoria venció al olvido y los lápices siguen escribiendo…

El fatídico operativo conjunto, conducido por el genocida Ramón Camps, comenzó la madrugada del 4 de septiembre cuando secuestraron de su casa en Villa San Carlos, en nuestra ciudad, a Domingo Cáceres, alumno de la Escuela de Arte y a su compañero Alejandro De Sio en La Plata. Dos días después fueron detenidos Abel Fuks, estudiante de Filosofía y Graciela Torrano, estudiante de Bellas Artes y pareja de Alejandro De Sio.


La persecución continuó el 16 de septiembre cuando fueron sacados de sus domicilios Claudio De Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racer, Horacio Ungaro, Emilce Moler, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y Pablo Díaz, que tenían entre catorce y dieciocho años.

Todos ellos habían sido protagonistas de la lucha estudiantil que obtuvo el medio boleto obrero estudiantil.
Los estudiantes militaban en la UES, la Juventud Guevarista, la Federación Juvenil Comunista y el Grupo de Estudiantes Secundarios Antiimperialistas, entre otras agrupaciones.

Solo Emilce Moler, Pablo Díaz, Gustavo Calotti y Patricia Miranda recuperaron la libertad tras permanecer varios años detenidos, los otros chicos continúan desaparecidos.

La Comisión Permanente por la Memoria de Berisso expresa que “el secuestro y desaparición de estudiantes secundarios intentó ser una medida ejemplificadora de la dictadura, que apuntaba a cortar de plano cualquier cuestionamiento político. Los genocidas creyeron que con esa muestra de crueldad acallaron las voces de rebeldía. Se equivocaron. Hoy siguen resonando aquellos gritos de alegría y rebeldía. Las víctimas de la noche de los lápices están presentes en cada escuela, en cada marcha y en cada bandera de los centros de estudiantes que reivindican su lucha.

Aquellos jóvenes estudiantes no sólo lucharon por el boleto estudiantil, sino por cambiar la sociedad injusta y opresiva en la que vivían. Luchaban por una Patria justa, libre y solidaria. Las instituciones democráticas deben asumir un rol protagónico en esta tarea colectiva de mantener la memoria de estos hechos a través de las generaciones, para que “nunca más” se repita esta historia de violencia y terror. La memoria venció al olvido y los lápices siguen escribiendo…