Cuando Cristina Fernández de Kirchner ungió como candidato a presidente a Alberto Fernández, algunos se apresuraron a calificarla como una gran estratega y a la maniobra consumada como a una genialidad.
En realidad, ese movimiento táctico era muy previsible toda vez que se trataba de romper la polarización extrema que perjudicaba sus chances electorales.
Los “aficionados políticos” del gobierno de Mauricio Macri apostaban todas las fichas a lo que se sintetizaba como: “polarización o muerte” así lo expresaba el “gurú” Durán Barba y el jefe de gabinete Marcos Peña.
Cristina Fernández de Kirchner consolidaba el núcleo duro que la respaldaba, pero no perforaba el “techo” que le permitiera ser competitiva. Fue cuando se corrió de la polarización y asumió el papel de acompañante, pero dando claras señales de que era en realidad quien detentaba el poder.
La elección de Alberto Fernández permitió romper ese techo y acceder al respaldo de los gobernadores peronistas no kirchneristas para luego sumar a Sergio Massa como último eslabón de una cadena que traccionaba hacia la victoria electoral.
Aparentemente apartada de la polarización aguda sus ingenuos rivales de Juntos x el Cambio quedaron como esos púgiles que lanzan golpes al aire con creciente desgaste y sin acertar al blanco disimulado y oculto.
Al no poder apoyarse en una gestión eficiente y sin la presencia omnipresente del “cuco” que condujera a tomar la opción menos mala, la suerte electoral estuvo sellada.
Maniobra previsible por donde se la mire y también advertida por muchos, pero la soberbia macrista continuó en “piñón fijo” sin capacidad de adaptación.
Hasta aquí la descripción de una estrategia electoral exitosa y previsible. La pregunta es obvia: ¿para qué querían el gobierno? ¿Con cuáles planes, proyectos y propuestas? Fuera de los lugares comunes y generalidades nada concreto.
Cristina Fernández de Kirchner tuvo algunos módicos objetivos que parcialmente cumplió, en particular aliviar su acuciante situación procesal, pero con el correr del tiempo no pudo con su genio y respondió a su naturaleza. Cuando el barco del gobierno comenzó a escorarse salió de sualetargado silencio y mordió con oportunismo. Así lo hizo después de las PASO (Primarias Abiertas) cuando provocó una crisis de gabinete y lo debilitó aún más. Primer round público.
Continuó la tarea de desgaste con apariciones públicas punzantes siguiendo la estrategia “setentista” de “repliegue estratégico” envuelta en aquellas banderas que pudieran generar mística y asfaltaran el camino del retorno, tales como “nosotros no votamos el acuerdo con el FMI”. Eso sí, sin plantear ninguna alternativa viable y eludiendo advertir que esa “resistencia” conduciría a la cesación de pagos y al default.
El repliegue requiere de un territorio donde acantonarse para luego desde allí intentar la contraofensiva hacia el retorno fortalecido.
La provincia de Buenos Aires es el territorio elegido y los últimos pasos dados son elocuentes. Al gobierno nacional le soltaron definitivamente la mano. Aparentan ser la oposición del oficialismo, pero conservando espacios y cajas. Especulan con que el paso del tiempo desdibuje la verdad, es decir que han sido quienes generaron este gobierno e incubaron el huevo de la serpiente.
Ninguna genialidad, solo especulación irresponsable con una dosis de perversidad.
Por supuesto que de Alberto Fernández y de su gobierno se esperaba mucho más, aunque más no sea por haber sido por un largo período jefe de gabinete y eso llevaba a suponer que estaba familiarizado con los resortes del poder.
Al inicio de su mandato amagó con un camino atractivo en su primer discurso ante la Asamblea Legislativa. Rápidamente él mismo se encargó de diluirlo naufragando en un mar de furcios, contradicciones y falta de ejemplaridad cuando el mundo era asolado por una pandemia y se requería más que nunca de liderazgos éticos.
Los logros evidentes de crecimiento económico, aumento del PBI y baja del desempleo no lucieron por la inflación galopante, la pérdida del poder adquisitivo de los sectores más vulnerables y sobre todo por la guerra interna feroz desatada.
La oposición tampoco estuvo a la altura. Gestos ampulosos y sobreactuados con invocaciones engoladas a la República perdida distan mucho de ser las políticas necesarias para construir una alternativa capaz de prender la chispa, encienda el pajonal e ilumine una esperanza.
Caso todos dicen coincidir en la profundidad de la crisis y que la misma es de carácter esencialmente política. Pocos son los que buscan las coincidencias que permitan encontrar soluciones que el pueblo espera. Así la política como actividad se fue peligrosamente deslegitimando.
Podría decirse que si la crisis es muy profunda y se extiende por un tiempo prolongado la primera tarea es constituir una amplia base de sustentación política que sea capaz de enfrentarla con chances de éxito. No hay otro camino. No hay soluciones mágicas.
Buscar y trabajar en procura de los denominadores comunes hasta convertirlos en políticas de estado con perdurabilidad en el tiempo es la misión apremiante. Para ello se requiere utilizar los mecanismos institucionales que están en nuestro sistema democrático para otorgarle el máximo de legitimidad posible.
Debemos evitar caer en la trampa de repetir el círculo vicioso que hoy se expresan en propuestas cada vez más extremistas. Es imperioso exigir coherencia con los valores que nos identifican en esa. Construcción.
No es con los mercaderes de órganos, armas, misóginos, negadores del cambio climático que llegan en nombre de la nueva política blandiendo motosierras para cercenar derechos como arribaremos a buen puerto.
Lo haremos con el diálogo con la creación de las más amplias formas de participación popular que vayan consolidando cada centímetro conquistado. Sumando con coherencia. Lo otro es “pan para hoy hambre para mañana”.
La crisis institucional que hoy vivimos tiene responsables. Pero, nosotros debemos ser responsables de no tentar el camino del atajo. Velar por la institucionalidad y defenderla.
Construir con propuestas, proyectos que conduzcan a mayor equidad, igualdad y justicia. Emplear para ello todas las posibilidades de participación popular en un marco republicano y democrático.
“Los hombres y las mujeres que no comprenden lo que pasa en su país y en su tiempo son una contradicción andante, pero los que comprendiendo no actúan solo serán recordados en la antología del llanto y no en la historia viva de su patria”.