Cuando en todos lados transitaba la rutina, el trabajo, un almuerzo, un llamado, llego la infausta noticia… falleció Diego Armando Maradona, el 10, el jugador interminable, el que se peleó con todos, el que tuvo mil defectos, el que nos hizo emocionar a millones en el mundo.
Murió Maradona, el jugador que brilló con cada camiseta que defendió, y no solo en la cancha, Maradona era un apasionado, un fanático… un fanático de lo suyo y de los suyos.
Maradona era de Fiorito, de Argentinos Jrs, de Boca, del Napoli, y fundamentalmente de la Selección Argentina. Maradona nunca será del poder, de las corporaciones o de la FIFA, en el fondo, y al final del día era el hijo de Don Diego y de Doña Tota, el que se peleaba con los molinos de viento, y como era Maradona les ganaba.
Diego jugo en tres países, en los tres fue campeón, fue campeón del mundo, hizo cientos de goles, pero generó una extraordinaria sensación de sentirlo propio, fue el superhéroe de todos más allá de las camisetas, no solamente por como jugaba, sino por como lo jugaba, porque no solo alcanza con jugar bien, hay que jugar con pasión, lo que le sobraba al eterno capitán de la selección argentina.
Hablar de otro Maradona que no sea el jugador sería imprudente, no me animo a juzgar al hombre, a sus declaraciones o controversias, lo que tengo claro es que Maradona fue, es y será Maradona, más allá de sus debilidades, que las tenía como cualquiera, era diferente como pocos lo son, y por esa razón me quedo con el mejor Diego, con el de México abrazado con Bilardo, con el que dio todo a cambio de la gloria, que al final de todo lo hizo feliz.
Quedaran en la anécdota los últimos años, el deterioro… quedara en la conciencia de cada uno los que no lo cuidaron, los que no lo quisieron y los que no le decían que no, porque decir que no también es cuidar y querer.